Antología poética, Unamuno



Recuerdo lo de «cuando me creáis más muerto retemblaré en vuestras manos» como un mantra juvenil, eufórico y justiciero que creo haber repetido para mis adentros alguna vez, sin haber sido yo nada de eso. Puede hacer diez años, cuando frecuentaba las librerías de segunda mano. Lo compré en edición de Akal bolsillo, con fecha de 1987, justo cincuenta años después de la muerte de Unamuno, con esa inconfundible cubierta a dos colores, naranja y verde oscuro, un retrato del autor a carboncillo en el centro y un prólogo de Andrés Trapiello tan bueno que hace de este libro dos libros. 

Aquella antología poética que ahora, diez años después –por decir algo–, he rescatado de las estanterías cada vez más despobladas del que fue mi cuarto en la casa de mis padres. Los libros usados o de saldo que compraba en las librerías de mano granadinas con lo que me sobraba del dinero para comer que me daba mi madre. Con esa 'mordida', de la que ella seguramente estaba al tanto, fui formando buena parte de mi pobre e incipiente biblioteca. Ahora se mezclan ejemplares de muy distinta procedencia, valor y precio. He de decir que ya no piso las librerías de segunda mano, y siento cierta nostalgia pues ya era el mío un rostro bien conocido, hasta me saludaban de manera rutinaria. Aquellas polvorientas y lúgubres librerías en las que intentaba sublimar mi condición de solitario. Ahora un mensajero se baja de la furgoneta, toca el timbre y me entrega el libro nuevo en la mano.  

Libros y libros y libros. Son un paisaje. El de mi propia novela de formación que debe de estar más que cerrada aunque yo la sienta cada vez más inconclusa. Otra vez ese impulso destemplado por permanecer, aquel erostratismo de unos versos unamunianos que truenan igual que secos latigazos o golpes metálicos en el vacío. El vacío, ese no-lugar, donde mejor supo moverse Unamuno a su pesar, exiliado de sí mismo, en la constante incertidumbre del afuera al que indefectiblemente se dirigió. Quería ir adentro pero estaba afuera. Afuera del afuera, en los meandros lingüísticos de Foucault, resonando con fuerza, desde su olvido, en esta noche eterna de lentitudes en que todo se abandona a la ilusión de estar un día más permaneciendo. 



Me destierro a la memoria, 
voy a vivir del recuerdo; 
buscadme, si me os pierdo,
en el yermo de la historia.
Que es enfermedad la vida
y muero viviendo enfermo;
me voy, pues, me voy al yermo
donde la muerte me olvida.
Y os llevo conmigo, hermanos,
para poblar mi desierto;
cuando me creáis más muerto
retemblaré en vuestras manos.
Aquí os dejo mi alma-libro,
hombre-mundo verdadero;
cuando vibres todo entero
soy yo, lector, que en ti vibro.

Cancionero (1922-1936)

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