Las ninfas contra la profesionalización del mundo: todo en el aire es pájaro

«La adolescencia, la juventud, siempre siente horror de profesionalizarse. Un horror irracional y repetido que quizá no sea sino la resistencia a pactar con el tiempo, a comprometerse con la muerte. En los reinos del amateurismo se vive como más impunemente y, en esa impunidad, pared que el tiempo y la muerte casi perdonan.»
A propósito de la adolescencia, del adolescente eterno que nos habita y que tan cáustica y tan deliciosamente nos evoca Umbral en Las ninfas, está, parece, el asunto de la profesionalización. No hablo, como don Francisco, de «esos donceles de expresión seráfica que adornaban los viejos grabados de la noche gremial de la historia», crueldad de explotación infantil en la era industrial; hablo de otra profesionalización, aquella que entendiera bien en su lamento el niño Expósito de La adoración, ese monumento de imaginería y vida de Juan Andrés García Román. Profesionalizarse, así en general, en la vida. Darle un puntapié a la pureza de tardes pasadas en el confort de quien aún no tiene más prisa que la de salir al encuentro del monstruo amable que es uno mismo cuando aún es uno mismo. 

Por eso Umbral, al repasar las circunstancias de su yo adolescente, parece desdoblarse, distanciarse del propio lugar para entenderse bien. En la pureza prístina de la juventud está todo. Después, todo lo que hacemos es una voluntad de revivir aquello: 

«La necesidad de sentirse deseado por una mujer quizá sea la necesidad de volver a sentirse amado por uno mismo, cuando uno mismo ya no se ama nada, a través de otra persona».

La analogía que se le ocurre a Umbral a propósito de la masturbación no deja de ser ingeniosa: la masturbación adolescente supone un desdoblamiento, un desearse a sí mismo, que se desvanece después dejándonos el hastío de la propia carne. Después, «la insinuación, el deseo, la progresión erótica, el hastío, la depresión, todo eso lo vive el adolescente en su cuerpo, como reflejo que le viene del futuro, de lo que luego va a sentir con las mujeres, de modo que cuando esas mujeres llegan, todo le parece ya vivido anteriormente, aunque sea la primera vez. La masturbación, pues, era la otra vida, una vida anterior y platónica en la que vivíamos, dentro del retrete (que venía a ser la caverna de Platón) todo lo que luego íbamos a volver a vivir de verdad en la vida». 

Este proceso de perderse a sí mismo para encontrar al otro es una arista más de aquella profesionalización de la vida. Cuando por fin nos hemos convertido en un despojo, el culatazo de nuestra existencia, la nada, nos reconforta dibujar en el cielo pesado de nuestra vida, como tablas salvadoras, las nubes de nuestra infancia. Y cantarlo, con mayor o menor tino, pero qué más da eso. Lo importante es dejarse decir en el canto:

Cima de la delicia, 
todo en el aire es pájaro,
que alacridad de mozo 
en el espacio airoso,
henchido de presencia.
Hueste de esbeltas fuerzas.
El mundo tiene cándida
profundidad de espejo,
las más claras distancias 
sueñan lo verdadero.

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