Caza con hurones, Esther Ramón
Caza con hurones
Esther Ramón
Icaria, 2013
Hace ya unos meses la editorial Icaria
publicó el hasta la fecha último libro de la poeta madrileña Esther Ramón,
libro con un título, se podría pensar, algo alejado de la poesía: Caza con hurones. La envoltura cinegética
para un libro de poemas, más que cerrarlas, abre puertas. Provoca sentidos.
Estamos, a mi entender, ante un libro que ya en su propósito comporta un bello
fracaso, el de terminarse, o mejor dicho, agotarse. No hay final, sentido o
propósito posible más que en la ausencia del mismo que, como digo, deriva hacia
una diversidad de significados bien engastados en las aristas de esta piedra
del sentido que es Caza con hurones.
La relación entre hombre y animal a la que
nos convoca este libro nos sitúa frente a un espejo cuyo reflejo debería
producirnos cierto pudor. La historia del hombre, contada por el hombre, habla
de domesticación o adiestramiento, y también de manipulación, ensañamiento o
tortura y, en general, violencia. Violencia en la producción industrial o la
nueva violencia genética, por ejemplo la de la cadena de KFC o de la industria
láctea, que nos devuelven al mismo espejo de explotación y agresión animal.
Cabe recordar asimismo la poderosa simbología del animal como representación o
proyección del propio hombre. Ese ‘animal que estoy si(gui)endo’ del que
hablaba Derrida, el animal amenazante, hobbesiano, y también el animal
agazapado dentro del hombre. Lo vio el buen salvaje de Thoreau, alguien que se
apartó de la civilización deliberadamente, cuando escribió que «el hombre no
solo trabaja para el animal que hay dentro de él, sino para el que hay fuera».
La civilización del lujo, pero también la de los degradados que deben sostener
mediante su pobreza ese lujo autorreferencial.
Lo primero que llama la atención es la
mirada. Qué mirar y qué no mirar es un acto tan político como cualquier otro.
La observación minuciosa de una temática que ha servido profusamente para
llenar de tópicos literarios manuales y libros de texto. Aquí el sujeto de la
enunciación, en coherencia con el tono general del libro, se retira, desiste,
volviéndose apenas visible, tan simple y tan poderoso como el enfoque que nos
dirige la mirada por nuestras pantallas.
Además de minuciosa, es una mirada esencial,
con atributos genésicos. Las palabras se vuelven dóciles, aparecen dotadas de
una fuerza de evocación difícil de explicar. Se las limpia, se las vacía y, a
continuación, se las carga de una hondura cuyo precipitado es algo
tremendamente luminoso. Esa es su belleza. Podemos decir que Caza con hurones ofrece poemas
crípticos, por momentos herméticos, en los que se pone en juego un proceso de
ocultamiento y desvelo que requiere un estado de alerta parecido a la espera
paciente del cazador. Como la buena poesía, la caza está asegurada en esas
conexiones imprevistas. Y como mucha buena poesía, Esther Ramón consigue esto
con poco: solamente observando.
Nosotros, que miramos mirar, encontraremos
por el camino los hallazgos que justifiquen el viaje. El hallazgo es como una magia:
sabemos que ha sucedido algo, pero se nos escapa el cómo, incluso el qué.
Hipnotizados, leemos.
RAÍZ
Línea que divide
la ventana.
Delgado hilo
imperceptible,
a baja altura.
Si lo miras se
borran los chopos,
el reverso blanco de
las hojas
que muestra el
viento,
las nubes verdes que
se afinan.
Como el título de este poema, estamos ante
una poesía que busca la raíz, lo esencial. Y, en esa búsqueda, el asidero es
también una cuestión de enfoque, de mirada. Si sabemos desviarla, direccionarla
adecuadamente, hallaremos una realidad al margen: la del borrado de la
realidad. Así, situados en las afueras, en el grado cero de la mirada, se ven
nuevas sombras. La nuestra, por ejemplo, indiferenciada entre el negro anónimo
de la multitud, ante su espejo invertido, sintiendo también la acusación y la
culpa.
Me ha interesado enormemente este proceder
que involucra al sujeto y al objeto haciendo depender al primero del segundo.
El yo atento a lo circundante, como aconsejara Cernuda en Ocnos o como el último Montale, se difumina aquí en un paisajismo
de lo mínimo donde a menudo nos encontramos una imagen en la que todo es
referente. Un referente descontextualizado, una piedra por ejemplo, puede
convertirse en la imagen más poderosa. Lo real como imagen. Esta es la labor
poética, transformadora, creadora, que hace de las cosas cotidianas puras
imágenes de evocación. Veámoslo en este poema.
ENFERMEDAD DE LAS
PIEDRAS
Porque el viento
arrojó al suelo
el lápiz recortado,
y la vela se secó
de pronto,
como un hueso
podrido,
como una rama
partida en dos.
El campo estaba
lleno
de blancas
espirales,
y el pastor le dijo:
deberías inclinarte
para escribir.
Predomina una densa y enigmática atmósfera,
niebla del sentido que da chispazos de luz. Frente al exceso y la banalidad,
frente a la profusión de signos, Esther Ramón apenas si deja entrever una
intuición imposible de verbalizar que, como un principio de indeterminación
poética, un Heisenberg de la consciencia, si no es mediante la imagen,
sencillamente no es nada.
Este proceder poético al que me refería me
parece aquí clarividente, luminoso. Un yo detrás de las cosas que convierte la
enunciación en una experiencia epifánica. El yo, ausente, queda transformado en
lo que podíamos llamar instancias del decir, un decir coral, mínimo, con la
trampa objetivista, resuelto casi en el discurso del reportaje o del
documental.
En definitiva, he leído y releído Caza con hurones como manual de hacer
poesía y también de acercamiento renovado al mundo. Los poemas que contiene
logran aquella puesta en escena original de las máscaras, una tensión entre las
dos eternidades que acontecen en cada instante si observamos. Fabulario e
ilusionismo del que el lector es cómplice y en el que cazador y cazado son
piezas intercambiables, nunca se agotan, pues es tal la naturaleza del juego de
ocultar y desvelar. Y, en ese juego, mostrar sin desvelar. El arte debería
aspirar a esa ilusión de mostrar otros mundos para comprender el nuestro.
Publicado en Tendencias21.
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