Márgenes, Julio César Galán

La escritura es ese signo que quisiera detener el tiempo, detenerse en él y su mar significante. Un ambicioso signo que, sin embargo, precisa de poco: la mirada del niño. Él solo conoce el juego y convierte en un azar la suma de letras. Su juego es fantástico, habla de transformaciones, une las sílabas con una voluntad de prestidigitador. Nombra el mundo señalando la fantasía con el dedo, ancla su realidad liberando el magma de la memoria. 

El niño está suelto en el mundo de significados. La experiencia de sus días van cobrando sentido y unidad gracias al hilo de la memoria. Por eso escarba con la mano en la tierra, sólo que la mano es un corazón y la tierra es tiempo. Así se reestructura un interior. Su yo anímico, esa otra vida que no se ve, está aprendiendo con los pájaros, los árboles, las nubes, un escenario mítico del deseo, donde éste es manoseado para que hable.

El niño que juega a cantar cumple también un oficio de esperanza. Los límites de la existencia son una amenaza. La identidad se disuelve en ellos. Él es la infancia eterna, él es la pérdida. Contra ella, el lenguaje. Varear el silabario: remover el árbol de las palabras mientras la naturaleza reclama unidad: la madre fue la pérdida primera. Todo converge hacia la unidad de la que la muerte no es sino reafirmación en la vida.


VERANO

el grillo: noche de verano
           parpadeo: fotografío
                    tu cuerpo
quiero quedar en la pupila
aquello que fue siempre cíclico
            las palmeras se contonean
                     para decir adiós
una canción para decir adiós

fuegos artificiales en el agua
la noche de San Juan
            esos barcos relucen
            en lo negro movible: ¿nuestra tumba?
dame tu mano
           las hogueras descubren
           la isla que espera dentro

                        *     *     *

¿anhelamos perder
para amar lo perdido?
pero olvidamos que la muerte
solo nos hunde en la belleza

                        *     *     *
ala o vela: el cielo es un anuncio de dentífricos
vela alta sin historia se abrirá el mundo en el último
pase de las clavias: líquida eternidad de la vista
isla sin bordes en donde me curé comienza a desprenderse
el cielo sobre el mar y las luces se filtran por los poros

          de las  dunas azules
                    por el tronco en espiral del olivo
sin nadie en este tiempo
          en este tiempo de verano
sin recuerdos ni dogmas
          dime la gran respuesta
                                             dímela





Márgenes, Julio César Galán. Pre-textos, 2012

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