El animal tiene expresión

Cojo el libro Y todos estábamos vivos, de Olvido García Valdés, que saqué prestado de la biblioteca. Ojeo algunos de poemas al azar, a mitad del volumen de más de doscientas páginas. Primero doy con un poema corto de tono casi intrascendente, una estampa lunar que contiene las palabras que dan título al libro. El siguiente poema comienza con un arranque de narración que devanea en la escena difusa de la memoria. El siguiente ahonda en la observación de la naturaleza y su celebración como aglutinadora, conciliadora de contrarios, su intensa falta de correspondencia, esa falta de la suma que hacemos nuestra. Y llego al poema de animales. Ya había notado la importancia que para Olvido García Valdés tiene el animal, instancia simbólica y también elemento poético per se.


León de san Jerónimo, perro
de san Antonio, el animal
tiene expresión. Expresión del felino,
mi gato, reconcentrada, obtusa, casi
desesperada, pertinaz, sin ceder, sin dejar
de expresar su expresión. En el museo,
jóvenes visitantes, la cabeza pelada,
padre de tres hijos, del norte o este
de Europa. Paciente, atiende
la muchacha al bebé; el bebé
y la madre, espejo sin expresión.


Comienza el poema con imaginería religiosa para aseverar: el animal tiene expresión. Si consideramos la expresión, es decir la "declaración de algo para darlo a entender" (otra de sus acepciones tiene que ver con las artes, lo que la hermanaría indirectamente con el fingimiento), como un rasgo propio del ser humano que lo distinguiría del animal, pues éste si bien puede darse a entender sin palabras, primero no sabemos si es consciente del hecho enunciativo y segundo lo haría en un grado inferior al ser humano; si admitimos esto, el poema rompe de entrada una barrera: el animal también tiene expresión. Es, además, una expresión natural, incapaz de no ser, es decir, que no puede no existir: sin dejar de expresar su expresión.

El hombre es el animal que finge, es capaz de fingir su fingimiento, puede no expresar incluso engañar simulando lo que no es. No es intrascendente que, después de declarar la naturalidad del animal que no puede dejar de ser él, aparezca el museo, lugar de turismo donde se exhibe el arte, esto es, la mentira. 

La escena se completa con la madre y el bebé formando un espejo sin expresión. Algo que adquiere aún más relieve tras presentársenos al animal como puro, natural.

Recordamos a propósito el poema que evocaba esa intuición del pájaro para procurarse amparo y sobrevivir, frente al sujeto lírico que duda, teme y anhela.

Olvido García Valdés parece sorprenderse en estos poemas al redescubrir, por evocación o por observación directa, la naturaleza de donde provenimos y de la que nos hemos apartado. Una naturaleza que, orgullosos, sometemos, dominamos y violentamos en lo que Derrida define como una guerra abierta contra el mundo animal. Tomar conciencia de esto es comprobar lo que somos y lo que éramos cuando todos estábamos vivos.

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