Feliz humo, Javier Codesal


Javier Codesal (Sabiñánigo, Huesca, 1958) es un artista al que se pueden aplicar aquellas palabras con que Jenaro Talens tituló uno de sus libros, El vuelo excede el ala. Artista que excede, poeta de la imagen y la palabra, Codesal enhebra varios discursos en una poética de la materia donde la palabra recobra un sentido de inauguración y de mito. Periférica recuperó un libro que había sido publicado previamente en edición no venal y acompañado de algunas fotografías que, sin embargo, no restaban autonomía al texto. Prueba de ello es esta segunda edición sólo con los poemas. 

Feliz humo, dividido en tres tiempos –el del hospital, el de la conversión en humo y el de la ausencia– es un largo poema unitario, de profundo aliento dosificado en pequeñas unidades que a menudo se resuelven con admirable sencillez:

La cal amontonada en una esquina
espera
Carne en el lecho
manos
enloquecidas por lo blanco. 
(p 20)

Entona el canto fúnebre sin estridencias y al mismo tiempo proclama una celebración de la presencia continuada, horizontalidad donde se completa el viaje en un ciclo que continuamente se renueva. Un yo testigo y a veces colectivo describe con distancia y precisión casi clínica el proceso de desaparición física, moral y emocional del cuerpo. La enfermedad y su miseria se convierte así en motivo central del libro, pero con un sentido de finalidad: la de retornar al origen y a la unidad del abrazo a uno mismo:

Se cierra el libro pero también
se abre
y como un alba renace la piel
Acostumbrado ya a estar
estas nuevas auroras lo emborrachan
(p. 32)

El lenguaje de Codesal es el de una fuerza primordial. A partir de un hermetismo simbólico y sugestivo, va creciendo en intensidad lírica al tiempo que recrea una atmósfera que recuerda al voyeur morboso donde quedamos atrapados, repelidos y atraídos. La disección del enfermo es la desmembración en lenguaje, sus órganos son palabras que tallan un nuevo mundo lumínico. El enfermo habita en la temporalidad de un nuevo estado verbal, glosolalia de iluminación y locura, una nueva naturaleza. Las líneas se adelgazan, se condensan con una mueca agonizante pero serena:

Si vuelves la página ya no lo reconoces

No obstante
el murmullo marino del oxígeno
mantiene abierta una igualdad
él y su silueta
que se aligera
(p. 25)

Imágenes claras, certeras, de un irracionalismo que no cede a lo hiperbólico y construidas sobre el contraste –recordando a veces la paradoja mística– de dos mundos que cohabitan, un tajo despiadado y sencillo:

Huele a café en los pasillos
suave trampa de la calle para los tumbados
y a dulce que entre dientes se funde
No huele el metal limpio antes de hundirse en la tráquea
(p. 27)

El de Codesal es un lenguaje poético de rara belleza y de una personalísima intensidad. Las palabras quedan dóciles, remansadas, hacia lo misterioso atrayente que es explicado con una sencillez pasmosa:

Sencillamente el humo impregnó
algunos árboles y las paredes próximas
¿Habrá quedado siembra
de pequeñas partículas
con el fraseo de sus genes
o una memoria menos precisa?
Viento apenas se movía
y nosotros tampoco nos movíamos
El humo agrandaba su cuerpo
hermanándolo con la atmósfera
(p. 51) 

Su tiempo es el del mito, hace del que sufre un cuerpo colectivo donde se anula el tiempo:

Principio al fin
Por fin es acunado en la corriente
del río mítico de Moisés
Va en su canasta solo
arropado hasta las cejas
(p. 37)

Técnica de escritura impersonal con efecto de documental poético sobre lo terminal: voz en off, imágenes de gran capacidad evocadora sin concesiones a la emoción que, sin embargo, penetra en nosotros detonada con silenciador:

Los andenes de la estación
paseados hasta el pulimento
también lamieron sus zapatos
como un perro a su amo mientras es vendido
Lamieron con deseo creciente
de saltarle al cuello

Y José fue engendrado por sus hermanos
un pegajoso día de desierto
en un andén de arena sin límite
(p. 42)

El oficio de poeta y la labor de la poesía cobran aquí el más alto sentido, el de rendir homenaje y dar testimonio de la memoria del hombre. Cuando el hombre ya no esté, quedará su canto. Un canto que, además, nos embellece, nos ennoblece, nos acerca a la verdad y nos ilusiona. 

Límite del país de los divorcios
ese jardín de prados enormes
sin árboles
redondel protector
era el anillo que le faltaba en el dedo
abrazo de su boda con el humo
(p. 48)

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