Aurora, Lêdo Ivo


Generalmente uno envidia la niñez irrecuperable, la valentía que nunca se ha tenido, algún tobillo delgado o quizás un músculo grueso. Yo voy a envidiar esta mañana, jugando a ser la nostalgia de una epifanía del traducido, a Martín López-Vega. Por el tiempo que pasó trasladando al español estos versos escritos en portugués. 

AGUA NEGRA

Estoy de nuevo en Rotterdam
entre navíos y guindastes.
Bajo el sol que abriga el frío y la noche
muchachas rubias y espigadas caminan por las calles floridas sorbiendo helados
y los pedales de las bicicletas que cruzan los canales modulan el tránsito del tiempo
que se yergue en el aire como la corola de un tulipán.
En los escaparates de las tiendas los maniquíes inmóviles
me hacen señas, saben que soy un extranjero
y sus ojos ciegos se clavan en mí con amor.
Vengo de los pantanos.
En el cielo claro de Rotterdam
que rechaza aceptar la imposición de lo oscuro
la prolongada noche de verano
se cobra en mí promesas no cumplidas.
En la mesa del silencio deposito
mi disculpa y justificación.
Sólo merezco perdón y tolerancia.
Vengo de los pantanos y de las miasmas que hierven en el agua negra de las lagunas
y no he traído conmigo más que una patria perdida
y el recuerdo de un pubis muy amado.


Una patria perdida y el recuerdo de un pubis amado me parecen un buen corolario para cualquier cosa. La capacidad de penetración conceptual que Lêdo Ivo demuestra en Aurora, –sin recurrir al artilugio lingüístico o a ese tono justiciero con el mundo–, es algo a lo que se llega pocas veces. Me recuerda a aquel libro de María Victoria Atencia, De pérdidas y adioses, –otra joya  publicada en la colección "La Cruz del Sur"– un libro que imagino sólo se puede escribir cuando uno lleva mucho tiempo por aquí. Si algo potencia la palabra poética debe ser su terquedad por que quedemos aquí, por aquí, sin ni siquiera preguntarse nada. Simplemente mirando, sin que tenga que existir nada.


EL AUTOMÓVIL NEGRO

¿Quién ha dejado este automóvil en el garaje?
En el garaje vacío ningún auto
está aparcado. Y nadie se atrevería
a cruzar el espacio en que los sueños
y la basura de los astros se amontonan. En que la vida
corre como el agua de las pilas rotas.
Mucho más allá de cualquier vértigo o pensamiento

se extiende la autopista inalcanzable.
Se bifurca cuando la noche cae
y surgen moteles iluminados y gasolineras
puestos por el tiempo en el portal del mundo
que oscila siempre entre lo horrendo y lo bello.
En la oscuridad del día fugitivo
el aparcacoches avanza y por fin descubre
un automóvil negro aparcado en el garaje.


ESCUCHAR

Que nazca el día y de nuevo venga
a ofrecerme sus migajas:
eso pido a la noche casi extinta
y a la nube enrojecida suspendida del cielo como un globo.
Cuando surge la aurora comienzo a caminar
en dirección a las grandes claridades.
Hasta que anochezca escucharé
el torbellino de las voces que tropiezan en el aire
como crujido de cristales rotos.
¿Soy un mudo entre quienes hablan o quien habla entre los mudos?
Espero a que los hombres callen como calla el mar entre mareas
y se enciendan de nuevo los fuegos terrestres.
¿Soy un extranjero entre la multitud que camina
buscando los autobuses y los trenes jadeantes que avanzan en la niebla
o es esta mi patria, burbujeante e imperfecta?
La noche se abre como cola de pavo real
y yo soy un hijo de la noche y sé escuchar
el silencio que desciende de las estrellas.
El privilegio de estar solo me será devuelto
como única recompensa a mí reservada.
Dormiré, soñaré y aguardaré la aurora
para ir junto a ella al encuentro de los hombres
y escuchar de nuevo el lenguaje del día.







Aurora, Lêdo Ivo. Pre-textos, 2013.
Traducción de Martín López-Vega.


Comentarios

  1. Qué hermosos poemas, Antonio. Gracias por compartir. Tus últimas entradas no me han salido en la lista de blogs, y por poco me las pierdo.

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