El cuento de Navidad de Auggie Wren, Paul Auster
El cuento de Navidad de Auggie Wren
Paul Auster
Traducción
de Ana Nuño
Ilustraciones
de Isol
Seix
Barral
Colección
Booklet
2012
Seix Barral aprovecha
la coyuntura navideña para
recuperar, en una cuidadísima edición de la colección Booklet, este diminuto cuento
de Navidad de Paul Auster. Apuesta segura, por tanto. El relato original es de
1990 y fue traducido por Ana Nuño en 2003. Unas bonitas ilustraciones, del tan
de moda género infantil-para-adultos, acompañan y engrosan lo que, de otra
forma, no llegaría quizás a las diez o doce páginas.
Reconozco que en
principio compré este libro como regalo para una niña de siete años. Y
reconozco que, en realidad, pertenecía a ese tipo de regalos que uno sabe desde
el principio que no va a entregar a nadie más que a sí mismo. Tras la lectura
en diez minutos, me alegra –y me alivia– saber que quizás siete años no son aún
suficientes para disfrutar un relato de Auster, por navideño que sea, ni la
engañosa y pretendidamente infantilizada edición, ya sabéis, para niños de más de treinta.
La trama es sencilla y sincera: Paul Auster cuenta cómo aceptó
el encargo de escribir un relato que iba a publicarse en Navidad y ese pánico
inmediato de quien se enfrenta a algo que no ha hecho nunca: escribir por
encargo y, para colmo, un cuento navideño. Este tipo de escritura contra uno mismo –cómo escribir un cuento navideño que no
sea sentimental– se convierte a la postre en una fructífera experiencia
literaria.
Abrumado, Auster baja
al estanco para comprar unos puritos holandeses. Ese insignificante hecho
acciona la palanca y, así de sencillo, ya tenemos relato. El estanquero, de
nombre Auggie, le descubre su particular y secreta obra de arte, también obra
de toda una vida: lleva doce años tomando la misma fotografía en una intersección
de dos calles por la mañana, suponemos que cerca de su estanco. Todas las
fotografías, ordenadas por día, mes y año, llegaban ya a las cuatro mil.
Auster, confuso al principio, tarda en comprender el alcance de lo que tiene
ante sí: el estanquero había estando fotografiando
el tiempo desde una minúscula esquina del mundo. Y aquí es donde uno piensa
en Pessoa, y eso no puede ser malo.
La segunda parte del
cuento consiste en la conversación que tienen Auster y Auggie y en la que éste
le cuenta el origen de su constante e invisible tarea. Aquí entran en juego un
ladrón de poca monta y una abuela ciega y sola. Quizás el día de Navidad en un
sórdido edificio de Brooklyn sea el escenario más propicio, y el único, para
que todos estos elementos, unidos a un estanquero más bien huraño y
melancólico, formen una historia en la que el lector puede ir y venir de la desesperanza a la esperanza
–viaje navideño por excelencia– a través de lo cotidiano.
En el cuento hay varios
momentos que insinúan, o sugieren abiertamente, si todo lo que se nos está
contando no es una pura mentira. Empezando por el recurso del relato contado por el tal Auggie el estanquero. Y
qué más da, parece decir Auster, mientras nos haga felices. Una pequeña
lección, por encargo y casi sin querer, del valor curativo de la ficción.
“Estuve a punto de preguntarle si me había tomado el pelo, pero
enseguida comprendí que nunca me lo diría. Había conseguido que le creyera, y
eso era lo único que importaba. Mientras haya una persona que se la crea, no
hay ninguna historia que no sea verdadera.” (p. 34)
Publicado en Tendencias21.
Publicado en Tendencias21.
Como decía Nabokov, la literatura nació el día que un chico comenzó a correr gritando "¡que viene el lobo!", y era mentira. Alabadas sean todas esas maravillosas mentiras
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